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Mis citas científicas y literarias preferidas.

jacobocabrera47

Actualizado: 29 oct 2024

"Así, puedes echarte al suelo y abrazarte contra la madre tierra, estás tan firmemente fundamentado como ella. Tan seguro como que te tragará ahora, y que te parirá mañana, para renovadas ambiciones y sufrimientos. Porque eternamente y siempre es sólo ahora, éste único y mismísimo ahora; el presente es lo único que nunca se acaba."


Erwin Schrödinger. Mi concepción del mundo.


Lagar de Buenavista. Trujillo.


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“La perplejidad no es tan sólo, como creo, un signo de los tiempos que vivimos, sino también, y en cualquier tiempo, un acicate insustituible de la reflexión filosófica. Por eso Ortega, para quien “la vida es permanente encrucijada y constante perplejidad”, solía decir que “el más certero título de un libro de filosofía es el que lleva la obra de Maimónides”. La filosofía es siempre, por lo tanto, una guía de perplejos. Y con harta frecuencia le pedimos que “nos saque de” la perplejidad. Así sucede, por ejemplo, cuandoquiera que nos sentimos apremiados por la urgencia de actuar. Ante la necesidad de elegir o preferir no cabe la vacilación sino al precio de la inacción, que es en sí misma una elección o preferencia. Mas la filosofía no sólo puede tratar de contribuir en cuanto guía a hacernos salir de la perplejidad, sino que, allí donde la urgencia de la acción no nos apremia, nos podría invitar a demorarnos en la perplejidad y profundizar en ella. Esta última experiencia no está al alcance de cualquiera y, a lo largo de la historia, han sido muy escasos los filósofos que verdaderamente disfrutaron del don de la perplejidad. Para la inmensa mayoría de los mortales, incluída la inmensa mayoría de los filósofos (y, por supuesto, el que esto escribe), la perduración de un estado de irresuelta perplejidad tendría bastante más de pesadilla, y hasta de maldición, que de dádiva o de regalo de los cielos. Y, sin embargo, hay ocasiones en las que la perplejidad es consustancial al ejercicio mismo del filosofar. La noción de perplejidad va asociada comúnmente a la de “aporía” y junto con ésta, a la de “asombro”, nociones que remiten a aquellos fenómenos que los filósofos de la Antigüedad acostumbraban a identificar como motivación originaria de su actividad. Como ha subrayado a este respecto Pierre Aubenque, hasta la metafísica entendida como “ciencia buscada” -zetouméne epistéme- e incluso “eternamente buscada” , aei zetoumene, se relaciona estrechamente con aquella constelación de ideas. Los filósofos no tienen entre sí otra solidaridad que la de la búsqueda y la filosofía apenas es más que un conjunto de cuestiones incesantemente planteadas y vueltas a replantear, de problemas siempre abiertos, de perplejidades que nos asaltan una y otra vez: el suplicio de Tántalo, el castigo de Sísifo o la condena de las Danaides son en verdad los mitos emblemáticos del oficio. A Aranguren se le debe una extremadamente sugerente caracterización de la metafísica como un “sistema de preguntas” que los metafísicos se han atrevido a responder, con la insufrible presunción que les es propia, tan sólo en la medida en que ils n’ignorent pas assez. Y pocos recordatorios me parecen en fin tan saludables para el gremio como el de “la importancia de no verlo claro”. El recordatorio anterior procede de mi condiscípulo Xavier Rubert de Ventós ( a quien, si no recuerdo mal, te presenté yo mismo un día por los pasillos de tu Universidad). Pero por lo que a mi respecta, me gusta definir la perplejidad diciendo que, ante todo, es un estado de tensión.

Platón ya definía a la filosofía en esos términos cuando la presentaba como a Eros –hijo de Penia y Poros, “de la indigencia y la opulencia”-, a la manera de un estado de tensión inapaciguable entre la indigente ignorancia y la opulenta certeza. A diferencia de la perplejidad, que –como la propia filosofía a la que alimenta- consiste en tal tensión, la ignorancia podría pecar de escéptica y la certeza de dogmática. Mas la perplejidad no es ni lo uno ni lo otro y, lejos de reducirse a dogmatismo o escepticismo –“esas dos formas de intolerancia”, como brillantemente las describe el filósofo mexicano Luis Villoro-, constituye, si así puede decirse, el único padecimiento filosófico capaz de inmunizarnos contra ambas.”


Javier Muguerza Carpintier. Desde la perplejidad.


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Plotino: sobre la eternidad y el tiempo (I)

"Dícese que la eternidad y el tiempo son dos cosas diferentes, pues la eternidad se da en la naturaleza que permanece siempre, y el tiempo, en cambio, en todo aquello que nace y en nuestro universo sensible. Al hablar así, creemos que espontáneamente y de una vez, por una especie de intuición del pensamiento, nos forjamos de nosotros mismos en nuestras almas una impresión muy clara de estos dos objetos, impresión que repetimos siempre y a propósito de todas las cosas. Por el contrario, si intentamos hacer un examen más detenido y tratar las cosas más de cerca, nos sumimos en la incertidumbre y considerarnos las opiniones de los antiguos sobre este particular, las cuales, ciertamente, difieren en cierto sentido, pero son idénticas en otro. Con ello cesamos en nuestra investigación y nos damos ya por satisfechos, si se nos pide que manifestemos cuál es la opinión de aquéllos; ya plenamente complacidos, nos abstenemos entonces de la búsqueda. Parece como si debiéramos pensar que la verdad fue descubierta por algunos de los antiguos y esclarecidos filósofos. Conviene que examinemos, sin embargo, quiénes son sobre todo los que han alcanzado la verdad y cómo podremos llegar nosotros al conocimiento de todo esto. Convendrá examinar primeramente lo que es la eternidad, en la opinión de los que afirman que difiere del tiempo, porque, si conocemos la eternidad inmóvil del modelo, conoceremos también, y de modo más claro, su imagen, ya que se dice que el tiempo es una imagen de la eternidad (Platón: Timeo). Si nos imaginamos lo que es el tiempo antes de haber contemplado la eternidad, podríamos, siguiendo el recuerdo, ir de lo sensible a lo inteligible para representarnos aquello con lo que el tiempo tiene semejanza, si es verdad que el tiempo se parece a la eternidad.

¿Cómo, pues, hemos de definir la eternidad? ¿La consideraremos como la esencia inteligible, cual si dijésemos que el tiempo es el cielo todo y el mundo? Porque algunos, según se dice, han sostenido esta opinión sobre el tiempo (Aristóteles). Y, ciertamente, nos imaginamos y pensamos la eternidad como algo venerable, al igual que la naturaleza inteligible, de tal modo que no podríamos decir cuál de los dos seres es más venerable. Sin embargo, como esta calificación no corresponde a lo que está más allá de lo inteligible, hemos de concluir en aquella identidad. Ya es sabido, por otra parte, que el mundo inteligible y la eternidad contienen ambos las mismas cosas. Aunque decimos, no obstante, que una naturaleza está en la otra y que lo eterno se aplica a los seres inteligibles; así, dice (Platón), la naturaleza del modelo es eterna. Pero la eternidad, con todo, es algo diferente a la naturaleza inteligible, puesto que en realidad la rodea, y está en ella o presente en ella. Una y otra son seres venerables, pero esto no prueba su identidad, ya que tal vez este carácter de la una provenga verdaderamente de laotra. Porque si una y otra naturaleza contienen las mismas cosas, la una las contiene como si fuesen sus partes, mientras que la eternidad es un todo que no puede dividirse, sino que pertenece en totalidad a todas las cosas que llamamos eternas.

¿Diremos acaso que la eternidad es la posición estable del mundo inteligible, lo mismo que el tiempo, en el parecer de algunos, es el movimiento del mundo sensible? Convendrá investigar si la eternidad es justamente idéntica a esa posición estable, o bien a la estabilidad que concierne a la esencia. En el primer caso, no diremos que la estabilidad es la eternidad, porque esto es una tautología; de la misma manera que lo eterno no es la eternidad, sino lo que participa en la eternidad. Además, ¿cómo atribuiríamos la eternidad al movimiento? Porque, en ese caso, diríamos también que es algo estable. ¿Y cómo afirmar realmente que la noción de estabilidad podría contener en sí misma la noción de eternidad? No me refiero, claro está, a lo que sucede ininterrumpidamente en el tiempo, sino a lo que nosotros pensamos cuando hablamos de lo que es eterno. En el segundo caso, si la eternidad se identifica con la estabilidad de la esencia, se seguirá de aquí que los otros géneros del ser quedan fuera de la eternidad. Hay que admitir, además, que la eternidad no consiste tan sólo en el reposo, sino en la unidad; y diremos que posee la individualidad, para que no resulte lo mismo que el tiempo. Porque el reposo no encierra en sí mismo la noción de la unidad, ni la de la indivisibilidad. Afirmamos, pues, de la eternidad que permanece en la unidad; lo cual quiere indicar que participa del reposo, pero no que sea elreposo en sí.

¿Cuál es ese carácter por el que decimos que el mundo todo -el mundo entero inteligible- es perdurable y eterno? ¿Y qué es realmente la perpetuidad? ¿La identificaremos con la eternidad, o será ésta la que se siga de aquélla? Conviene, desde luego, que coincidan en una sola cosa, aunque nuestra noción del mundo inteligible resulte de la reunión de muchas cosas, pues hay una naturaleza que, o bien acompaña a los seres inteligibles, o bien está unida o aparece en ellos, y, si todos los seres inteligibles forman una naturaleza única, es lo cierto que ésta tiene muchas potencias y encierra también muchas cosas. Quien ha visto esta naturaleza múltiple la llama sustancia considerándola como un sujeto, o movimiento, por la vida que advierte en ella, o reposo, en tanto que permanece siempre así, o alteridad, o también identidad, porque los seres inteligibles, en su conjunto, son una unidad. Reuniendo de nuevo todas estas potencias en una unidad hasta formar una sola vida, ordena conjuntamente la alteridad y el acto incesante, la identidad y lo que no es otro, el pensamiento y la vida que no van de un objeto a otro, o lo que es lo mismo, lo que permanece siempre así y en continuidad. Al ver todo esto, ve realmente la eternidad y una vida que persiste idéntica, presente siempre y totalmente en sí misma. No se trata de algo que es ahora esto y luego otra cosa, sino de algo que es a la vez todas las cosas, que no es ahora una y luego otra, sino más bien lo perfecto indivisible; cual si fuese un punto en el que se reuniesen todas las líneas, pero sin posibilidad de desplazarse hacia fuera, sino permaneciendo en sí mismo, no afectado por ningún cambio. Este punto está siempre en lo presente y no cuentan para él ni lo pasado ni lo futuro: es lo que es, y eso mismo es siempre. De modo que la eternidad es, no el sustrato de los seres inteligibles, sino la llama que sale de este sustrato, según la identidad que anuncia de sí mismo, no lo que será, sino lo que es. Y es Io que es y no será de otro modo. Porque, ¿qué podría venirle después, que no fuese ya ahora? Nada, en verdad, que no se encuentre presente en este punto. No se puede hablar, pues, del momento a partir del que llegará a su estado actual, dado que no existe ese otro momento, sino éste; ni tampoco de su estado futuro, ya que necesariamente tiene desde ahora aquel estado. No cabe decir de él que era, puesto que para él no existe el pasado; ni que será puesto que nada le ocurrirá en el futuro. Será, por tanto, lo que es. «No se dirá de (ese ser) que era ni que será, sino tan sólo que es». Se trata del ser estable que no admite cambios en el futuro y que tampoco ha cambiado en el pasado: esto es, la eternidad. Lo que se encierra en los límites del ser tiene una vida presente que es toda ella plena e indivisible. He aquí la eternidad que nosotros buscamos.

[...]

Porque la palabra eternidad viene de lo que siempre es.".

Enéada tercera, III, 7 (Aguilar, Buenos Aires 1978, p.171-178).

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Una sugerencia musical:


Fantasías para violín sólo de Telemann, interpretadas por Augustin Hadelich:


 
 
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